Juego de Tronos


La pérfida abogada de larga melena rubia se miraba en el espejo deseando volver al palco de los torneos. Añoraba a sus caballeros, aunque nunca habían sido suyos del todo. Era más fácil cuando había buenos y malos, aunque algunos personajes no se fueron del todo. Se quedaron en el Reino Racing como fantasmas flotando entre dos mundos. George R. R. Martin no hubiera dado abasto para matar en sus escritos a tantos consejeros dimitidos. Una espiral de cargos que iba tragando nombres y personas al mismo ritmo que devoraba ilusiones. Un carrusel de acontecimientos que no parecen tener fin tras miles de páginas. El juego por el trono de un club de fútbol arruinado en el que vuelan los cuchillos y se suceden las embajadas diplomáticas con cuervos sobrevolando el estadio.

De una manera un tanto romántica tendemos a pensar que el equipo de nuestra infancia nos pertenece. Olvidamos que es una empresa, una sociedad anónima deportiva, con acciones y dueños, aunque por un momento fugaz soñáramos con una utopía. Los señores manejan sus peones en un tablero que los vasallos nunca llegan a divisar ni comprender. Sólo queda protestar. Nos quedamos con lo bueno, con el sentimiento. La pasión.

En Santander hubo una revuelta popular en torno a su institución deportiva más representativa que nada tuvo que envidiar al Gamonal burgalés. Faltó la guillotina metafórica. Había que parar a unos dirigentes que estaban haciendo mal las cosas, pero también había que construir después… Como en el barrio castellano, nada más se supo y el alcalde y el constructor siguen a caballo.

En este Juegos de Tronos verdiblanco, al igual que en los Sietes Reinos, ningún personaje es feliz, ni siquiera en la victoria y cuando parece a punto de alcanzar ese instante de paz… Muere. Aquí también hay tantas facciones que nos perdemos: ampliacionistas, fundacionistas, peñistas, exjugadores, exjugadores de la vieja guardia, higueristas y monologuistas. Nunca me supe las de la serie o las novelas: Casa Tully, Casa Arryn, Lannister y mil más… Intrigas de palacio o de castillo mohoso y pobre. Y si la saga de George R.R. Martin puede terminar extinguiendo los árboles del planeta debido a su volumen de páginas, no le va a la zaga la Fundación de Asimov… Y en el Racing de Santander también tenemos de eso.

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